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Marcos 16:17-20 enumera varias señales que acompañan a los creyentes y confirman nuestra predicación. Una de estas señales es el ministerio de curación por la imposición de manos. No es sorprendente. Jesús anduvo “sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo” y nos ordenó a hacer lo mismo. Afortunadamente, cuando Jesús sanó a la suegra de Pedro, nos mostró todo lo que tenemos que saber de la curación. El proceso es sencillo: reprendemos al espíritu maligno que causa la enfermedad en nombre de Jesús, imponemos las manos y ayudamos a la persona a recibir su curación.
El primer paso: Reprender al espíritu maligno en nombre de Jesús
Lucas 4:38-39 nos dice que la suegra de Pedro tenía una fiebre muy alta. Jesús “reprendió a la fiebre, y la fiebre se le quitó.” El primer paso cuando se trata del ministerio de curación es reprender al espíritu maligno que causa la enfermedad o el dolor, siendo lo más específico posible. Dile al demonio que salga en nombre de Jesús.
Declara con autoridad: “Espíritu maligno que causa _[dolor/enfermedad]_, te ordeno que salgas en nombre de Jesús.”
El segundo paso: Imponer las manos
Mateo 8:15 describe cómo Jesús “le tocó la mano” y “la fiebre se le quitó.” La imposición de manos transmite el don de curación. Coloca las manos sobre una parte neutral del cuerpo de la persona, como los brazos o los hombros. Luego, proclama la realidad que la persona es sanada por las heridas de Jesús. Dile a la enfermedad o el dolor que salga inmediatamente en nombre de Jesús.
Coloca las manos sobre la persona y declara: “_[nombre de la persona]_ es sanado/a por la sangre de Jesús. _[dolor/enfermedad]_ sal de este cuerpo inmediatamente en nombre de Jesús.”
El tercer paso: Ayudar a la persona
Marcos 1:31 se enfoca en el aspecto final de esta curación. Jesús se acercó a la suegra de Pedro y “tomándola de la mano, la ayudó a levantarse. Al instante la fiebre se le fue.” Se demuestra la fe por nuestras acciones. La persona afligida debe actuar como si ya fuera sanada por tomar una acción. Tal vez necesitemos prestar asistencia por ayudarla a levantarse, estirarse o andar, pero solo haz eso con su cooperación. Por cierto, no le digas que deje de tomar medicamentos. La persona debe buscar al Señor al respecto. El Espíritu Santo va a avisarla cuándo dejar de tomar medicamentos convencionales.
Si la curación no manifieste, entra en los tribunales del cielo
Si la persona sigue afligida, es hora de entrar en los tribunales del cielo. Por la sangre de Jesús, revocamos y eliminamos las acusaciones de Satanás contra nosotros en los tribunales del cielo. Confesamos cualquier rebelión y toda falta de perdón, buscamos el perdón por palabras ociosas que hemos hablado, nos retiramos legalmente de pactos impíos, revocamos cualquier pecado en nuestro linaje y eliminamos cada intercambio, dedicación o pacto hecho con demonios por un antepasado. Asimismo, declaramos nuestro deseo de ser libres de aflicción demoníaca y de servir al Señor. Después de reclamar la sangre de Jesús en los tribunales del cielo, repite los tres pasos: reprender al espíritu maligno en nombre de Jesús, imponer las manos y ayudar a la persona.
La rebelión
Una vez, Jesús sanó a un hombre y le dijo: “No peques más, para que no te sobrevenga algo peor.” También, Santiago 5:16 vincula la confesión de pecado con la curación. En otras palabras, el pecado personal puede ser utilizado por Satanás para acusarnos en los tribunales del cielo. Considera a Job. Satanás lo acusó ante Dios. Él afirmó que la obediencia de Job era condicional, que dependía de la protección de Dios. Utilizó el único pecado que sabemos que Job cometió: el miedo. En medio de los tormentos de Satanás, Job reconoció que lo que temía le ha sucedido. Su miedo dio una oportunidad al diablo. Desafortunadamente, Job no tenía un abogado, pero gracias a Dios, ¡nosotros sí tenemos! La sangre de Jesús habla de nuestra salvación, curación y liberación en el cielo. Confiesa cualquier pecado, siendo lo más específico posible, y reclama la sangre de Jesús.
“Padre, eres mi juez. Entro en sus tribunales con alabanza. Te doy gracias y te alabo. Señor, si confieso mi pecado, eres fiel y justo para perdonarme y purificarme de toda maldad. Pido perdón por todo pecado en mi vida. Jesús es mi abogado. Reclamo la sangre de Jesús. Gracias, Señor, por acordarte de mí por la sangre de Jesús. Te doy gracias porque la sangre quita toda acusación contra mí. Quiero ser liberado de toda aflicción demoníaca y me presento a ti como un sacrificio vivo.”
La falta de perdón
En varias ocasiones, Jesús dijo que si no perdonamos a otras personas, el Padre no va a perdonarnos. Hay que confesar cualquier falta de perdón. Cuanto más específico, mejor.
“Padre, eres mi juez. Entro en sus tribunales con alabanza. Te doy gracias y te alabo. Señor, confieso que he tenido una falta de perdón en mi vida. Así como me perdonaste en Cristo, perdono a todos de todo en nombre de Jesús. Solo quiero lo mejor para ellos. Confieso toda amargura e ingratitud. Perdóname por todas las acusaciones que he hecho contra ti. ¡Revócalas, Señor! Todo lo bueno viene de ti. Te doy gracias por cada respiración que me das. Gracias, Señor, por acordarte de mí por la sangre de Jesús. Te doy gracias porque la sangre quita toda acusación contra mí. Quiero ser liberado de toda aflicción demoníaca y me presento a ti como un sacrificio vivo.”
Las palabras ociosas
En Mateo 12:36, Jesús explicó, “en el día del juicio, cada uno de ustedes dará cuenta de cada palabra ociosa que haya pronunciado.” Nuestras palabras tienen mucho poder. Hay una diferencia entre la crítica constructiva y la detección de fallas. Es importante hablar la verdad en amor para edificar, no derribar. Tenemos que confesar todas las palabras ociosas que hemos hablado. Además, debemos revocar las palabras ociosas acerca de nosotros, habladas por otras personas, que son verdaderas.
“Padre, eres mi juez. Entro en sus tribunales con alabanza. Te doy gracias y te alabo. Señor, pido perdón por toda palabra mala que he hablado de otras personas, todo chisme, toda calumnia e incluso verdades habladas con malas intenciones. Renuncio cada palabra ociosa que he hablado en nombre de Jesús. Anula estas palabras de negatividad y destrucción en nombre de Jesús. Padre, te pido que revoques toda palabra ociosa acerca de mí. Si hay verdad en ellas, muéstrame para que pueda confesar mi pecado específicamente. Perdono a todos los que han hablado palabras ociosas de mí. Gracias, Señor, por acordarte de mí por la sangre de Jesús. Te doy gracias porque la sangre quita toda acusación contra mí. Quiero ser liberado de toda aflicción demoníaca y me presento a ti como un sacrificio vivo.”
Los pactos impíos
1 Corintios 6:16-19 deja claro que cuando hacemos sexo, nos unimos con la otra persona espiritualmente. Nuestra unión sexual establece un pacto. Cualquier pacto creado por inmoralidad sexual, como el adulterio, el sexo con una prostituta, la fornicación o la actividad homosexual, debe ser revocado en los tribunales del cielo.
“Padre, eres mi juez. Entro en sus tribunales con alabanza. Te doy gracias y te alabo. Señor, cometí inmoralidad sexual con _[nombre de la persona]_. Confieso que lo que hicimos era pecado. Perdóname por la sangre de Jesús. Renuncio aquel pacto que creé. Ya no estoy en unión con esa persona. Gracias, Señor, por acordarte de mí por la sangre de Jesús. Te doy gracias porque la sangre quita toda acusación contra mí. Quiero ser liberado de toda aflicción demoníaca y me presento a ti como un sacrificio vivo.”
Hay que renunciar toda actividad sexual no consensual, como la violación o la pedofilia.
“Padre, eres mi juez. Entro en sus tribunales con alabanza. Te doy gracias y te alabo. Señor, fui violado y se estableció un pacto impío. Este acto abominable me dañó mucho, pero me sanaste completamente. Renuncio todas las acusaciones que hice contra ti, Señor. No era culpa tuya. Me perdonaste y por eso perdono al criminal. Nunca consentí en hacer este pacto impío. Se me impuso y lo rechazo totalmente. Renuncio este pacto impío en nombre de Jesús. Gracias, Señor, por acordarte de mí por la sangre de Jesús. Te doy gracias porque la sangre quita toda acusación contra mí. Quiero ser liberado de toda aflicción demoníaca y me presento a ti como un sacrificio vivo.”
Incluso después de un divorcio legal, un pacto con un exesposo puede ser la fuente de un ataque demoníaco. Tenemos que revocarlo en los tribunales del cielo.
“Padre, estaba en unión con _[nombre del exesposo]_. Ya no estamos casados y renuncio ese acuerdo en nombre de Jesús. Ya no estoy en unión con esta persona. Gracias, Señor, por acordarte de mí por la sangre de Jesús. Te doy gracias porque la sangre quita toda acusación contra mí. Quiero ser liberado de toda aflicción demoníaca y me presento a ti como un sacrificio vivo.”
Maldiciones generacionales
La rebelión contra Dios por un antepasado, un intercambio hecho con demonios para éxito, una dedicación a un espíritu maligno o un acuerdo hecho con fuerzas oscuras en nuestro linaje pueden dar al diablo el derecho legal de atacarnos. Aunque Jesús rompiera todas las maldiciones generacionales por su muerte y por su resurrección, es posible que espíritus malignos que ya nos afligen necesiten ser echados fuera. Hay que aplicar el fallo judicial de la muerte de Jesús.
“Padre, eres mi juez. Entro en sus tribunales con alabanza. Te doy gracias y te alabo. Señor, perdóname por toda rebelión en mi linaje que Satanás utiliza para acusarme. Padre, perdóname por intercambios hechos con demonios por parte de mis antepasados. Cancela estas transacciones en nombre de Jesús. Deshaz cualquier éxito de estos intercambios. No quiero tener nada que ver con eso porque solo tú eres mi fuente. Padre, perdóname por toda dedicación a espíritus malignos en mi linaje y todo pacto hecho con demonios por un antepasado. Anula estos acuerdos en nombre de Jesús. Me compraste por la sangre de Jesús. Pertenezco a ti y te exalto con todas mis fuerzas. Gracias, Señor, por acordarte de mí por la sangre de Jesús. Te doy gracias porque la sangre quita toda acusación contra mí. Quiero ser liberado de toda aflicción demoníaca y me presento a ti como un sacrificio vivo.”
Mantener la curación
Para permanecer sano, leva “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.” Reprende cada duda en nombre de Jesús y declara la realidad que eres sano por las heridas de Jesús.