Durante muchos años, México se encontraba en guerra contra sí mismo. Las varias etapas de la guerra de independencia sirvieron como presagio. La última etapa, liderada por los criollos, tenía éxito. Cabe mencionar que no tenían motivos anárquicos al rebelarse contra España. De hecho, querían preservar el statu quo. Habiendo dicho eso, había facciones más revolucionarias. Se logró la victoria bajo el liderazgo del señor Agustín de Iturbide; fue matado poco después. De ahí en adelante, México sufrió luchas de poder, las que invitaron intervenciones extranjeras. La incertidumbre dominaba la política y hasta cierto grado la vida diaria.
Con Porfirio Díaz Mori en el timón, el caudillo positivista, había un período de tranquilidad. No obstante, el sistema del “orden y progreso” solo duró treinta años, más o menos. En 1910, el positivismo dio paso al marxismo. Para ser brutalmente honesto, la Revolución mexicana fue socialista y anticristo, tal como el jacobinismo de la Revolución francesa y el bolchevismo de la Revolución rusa. Por eso, no es sorprendente que México fuera el primer país en establecer relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. De hecho, se le otorgó asilo a León Trotski, uno de los principales organizadores de la Revolución soviética.
De todos modos, los revolucionarios mexicanos querían más que la separación Iglesia-Estado. No querían que hubiera el cristianismo. La Constitución de 1917 era abiertamente anticristiana. Artículo 3 dijo que la educación “se mantendrá por completo ajeno a cualquier doctrina religiosa y, basado en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos.” La enseñanza religiosa fue prohibida y de manera muy despectiva, ¿no? Además, artículo 5 no permitió “el establecimiento de órdenes monásticas.” ¡Adiós a las monjas! También, artículo 24 estableció que “Todo acto religioso de culto público deberá celebrarse precisamente dentro de los templos, los cuales estarán siempre bajo la vigilancia de la autoridad.” El gobierno quería control totalitario sobre las iglesias.
Eso no es todo. Antes de los rusos, los mexicanos ya habían impuesto el socialismo. Artículo 27 enfatizó que el gobierno federal se podría confiscar la propiedad privada. Dejó claro que el gobierno “tendrá en todo tiempo el derecho de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público” para “hacer una distribución equitativa de la riqueza pública.” Es decir, proletarios del mundo, ¡únanse!
Por mucho, el artículo 130 era el peor. Estableció que el “matrimonio es un contrato civil” y no una institución religiosa. Asimismo, las iglesias no tendrían personalidad jurídica, o en las palabras de la Constitución, “La ley no reconoce personalidad alguna a las agrupaciones religiosas denominadas iglesias.” Las Legislaturas de los Estados podrían determinar “el número máximo de ministros de los cultos” y el documento agregó que “Para ejercer en México el ministerio de cualquier culto, se necesita ser mexicano por nacimiento.” Pobres de los misionarios, ¿verdad?
A propósito, ministros no podrían nunca “en reunión pública o privada constituida en junta, ni en actos del culto o de propaganda religiosa, hacer crítica de las leyes fundamentales del país, de las autoridades en particular, o en general del Gobierno.” Por si fuera poco, no tendrían “voto activo ni pasivo, ni derecho para asociarse con fines políticos.” En México, después de 1917, los cristianos eran ciudadanos de segunda clase.
Intentos de implementar estos artículos, por el presidente Plutarco Elías Calles, salieron muy mal. Estalló la Guerra Cristera. Católicos mexicanos se rebelaron porque querían proteger su derecho dado por Dios de adorar sin persecución. Todos los cristianos oramos por las autoridades “para que vivamos con tranquilidad y reposo, y en toda piedad y honestidad.” Los cristeros, como se llamaban, se resistieron a las autoridades porque querían que les dejaran en paz para seguir viviendo con tranquilidad y en toda piedad, como la situación antes de la Revolución.
Claro, Romanos 13 dice que siempre debemos respetar a los que ocupan altos puestos porque la autoridad “está al servicio de Dios para darle su merecido al que hace lo malo.” ¿Qué hacemos si la autoridad infunde temor a los que hacen lo bueno? La respetamos, pero no merece nuestra obediencia. Tenemos que obedecer la palabra de Dios antes que la palabra de los hombres. Los cristeros entendieron este principio.
Lamentablemente, la Guerra Cristera resultó en cientos de miles de muertos. En realidad, no había un convenio de paz. Las autoridades y los ministros solo decidieron ignorar las leyes. Las autoridades no las aplicaban y los ministros no disputaban su existencia. Otra consecuencia de la guerra fue la institucionalización del poder político en un partido nacional. Se logró en el Partido Revolucionario Institucional. En vez de los caudillos, los virreyes y los tlatoanis, el partido podría mantener el poder sin golpes de estado ni problemas de sucesión.
El PRI se convirtió en una dictadura estable, pero la élite mexicana se dio cuenta de que necesitaba de un aspecto religioso para control total. Bajo la administración del presidente Carlos Salinas de Gortari, se reformó la Constitución para derogar en gran parte las leyes anticristianas. El ahora presidente Andrés Manuel López Obrador sigue la misma estrategia por promover su Cartilla Moral. A las élites políticas les convenía más tener falsa oposición. El presidente Andrés Manuel López Obrador, un ex integrante del PRI que financiaba al Partido Comunista Mexicano, no representa una amenaza a la “mafia del poder.” Él es la culminación de la dictadura perfecta.
A pesar de su popularidad, hay oposición a la Cartilla Moral, incluso entre sus apoyadores. Es que todavía hay una obsesión con el laicismo en México. En realidad, el estado laico mexicano es un estado ateo. Con éxito los revolucionarios sustituyeron la historia católica de México por una nueva identidad socialista y atea. El laicismo no es respeto a la libertad religiosa. Al contrario, es la erradicación de la religión y la imposición de la adoración al estado.
Por otro lado, en los Estados Unidos de América, la separación Iglesia-Estado implica respeto a la libertad de expresión y a la libre práctica de la religión. No significa erradicar la religión de la esfera pública, como el laicismo mexicano. Por eso, la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos dice que “El Congreso no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la religión, ni prohibiendo la libre práctica de la misma; ni limitando la libertad de expresión.”
En México no es así. Para la élite política, le conviene tener una iglesia sometida al estado, no un estado sin una iglesia. Explica por qué López Obrador recluta a los líderes de las iglesias evangélicas para repartir la Cartilla Moral. Utiliza a estos dizque “ministros” para mantener
la población bajo control, especialmente porque no pretende lidiar con la impunidad ni la inseguridad.
¿Cómo van a responder los mexicanos? Pues, el verdadero lema nacional de México es “El que transa no avanza.” La sociedad mexicana promueve la ley de la selva: el huachicoleo, la mordida, la fayuca y los coyotes dominan. Se enseña anteponer el propio interés al interés del prójimo. No hay confianza social; la inseguridad en todo el sentido de la palabra reina y no es sorprendente. En México hasta el día de hoy se celebran la Revolución y la Constitución. No hay arrepentimiento; los mexicanos no han tenido su “momento de Nínive.”
Afortunadamente, hay otro camino. En vez de volver a transar e ignorar el pasado, los mexicanos podrían buscar primeramente el reino de Dios y recibir todas las cosas que necesitan. Quizás confían en el Señor de todo corazón y se niegan a apoyarse en su propia prudencia, reconociéndolo en todos sus caminos para que él enderece sus sendas. Con Dios, se puede estar satisfecho en cualquier situación en que se encuentre. El Señor es nuestro Benefactor, Protector y Padre. No va a decepcionarnos ni traicionarnos ni abandonarnos. Si México se arrepiente, reconociendo la verdad, será reconocido por Dios. Su reconocimiento es lo único que les puede satisfacer a los mexicanos, eso que ni qué.